El hombre sabio permanece concentrado por completo en sí mismo y su tranquilidad de espíritu es comparable a la firmeza de una cima del Himalaya, inmutable en todo tiempo y en toda estación. Un estado de mente así alcanza la madurez con el tiempo y se adquiere con una constante práctica del Yoga. Entonces el yogui se libera tanto del sufrimiento como del miedo y supera las ilusiones y aflicciones del mundo.
El hombre inteligente debe observar los fenómenos del mundo y discerniendo en ellos lo real de lo irreal, aferrarse sólo a la realidad.
La mente es quien crea el mundo y lo despliega en su propia imaginación.